Ayer tuve la fortuna de visitar la Nao Victoria en el Puerto de Algeciras. Todo un privilegio ver la réplica del barco que primero circunnavegó el globo. Una aventura de héroes de la que ya escribí una entrada (“De secundario a leyenda”).
Pero ayer, viendo este barco, recordé otra historia relacionada con esa época de aventuras épicas, de la que quedó un nombre geográfico muy cercano para mí: El Estrecho de Torres.
Pocos conocen a este lado del mundo dónde está este estrecho ni qué significó en su momento, así que lo primero es ubicarlo: es el estrecho que separa Papúa Nueva Guinea del norte de Australia.
Tiene una longitud de 150 Km de punta a punta, pero sin embargo, es todo un embudo, dado que es un estrecho muy poco profundo (entre 7 y 15 metros únicamente) y está plagado de islas (hay aproximadamente 250 islas en este estrecho, de las que 17 están habitadas permanentemente), que forman parte reconocida de Australia y sus habitantes (unos 10.000) son reconocidos aborígenes por el Gobierno Australiano.
Este difícil punto de navegación fue descubierto por uno de los aventureros españoles de la época en la que los españoles conocían como nadie el mundo: Luis Váez de Torres. Es un personaje altamente misterioso, del que no se conoce el nacimiento, ni el lugar del mismo, ni nada hasta que, en 1605 aparece en los registros del Nuevo Mundo como comandante de la segunda nave de una expedición al Pacífico, la expedición de Pedro Fernández de Quirós.
España estaba empeñada en conocer bien el Pacífico, desde que en 1521, Fernando de Magallanes descubriera las Filipinas. En 1605, ya estaban descubiertas las islas Filipinas, las Islas Salomón y las Islas Marianas y la teoría en esa época es que debía existir un gran contienente al sur del Pacífico, llamado como Tierra Australis, que “balanceaba” el peso de la tierra para evitar que la misma volcara.
Con esa idea parte de Perú la expedición de Pedro Fernández de Quirós en diciembre de 1605. 5 meses después avistan tierra, Vanuatu (en mitad del Océano Pacífico). Poco después, hubo un incidente nada claro en la expedición y Fernandez de Quirós decidió volver con su barco a Acapulco (México), dejando allí el resto de la expedición.
Tras ese abandono, se abrieron las órdenes cerradas existentes y marcharon rumbo a Manila, en las Filipinas. Sin embargo, el mal tiempo desvió las naves hacia Papúa Nueva Guinea (que era conocida, pero no se sabía qué era) e incluso más al sur, atravesando el Estrecho que desde entonces lleva su nombre. Paró muchas veces, tomó posesión de islas, tuvo mucha relación con los habitantes de las islas del estrecho e incluso se llevó a indígenas con él. Con seguridad conoció que existía una vasta tierra más al sur, a la que llamaron “Austrialia”, haciendo una mezcla entre la Tierra Australis y la casa de Austrias.
Torres aportó mucha documentación al respecto, cartas de navegación, mapas, escritos, que aún hoy se conservan en el Archivo de Indias. Incluso existe una carta en la que Torres instaba al Rey Felipe III a cristianizar “Austrialia”.
Toda esta documentación quedó en secreto, de forma que nadie en el mundo conocía esta información salvo España. España utilizaba estas islas para comerciar, si bien, nunca las colonizó, pues estaban en secreto. Sin embargo, más de 150 años después, en un episodio de la Guerra de los 7 años, Inglaterra saqueó La Habana, tomando mucha documentación como botín y entre ellos los relatos de Torres sobre la existencia de estas tierras. El saqueo fue en 1762, y casi inmediatamente, Inglaterra se puso a trabajar: en 1770, James Cook llegó a las tierras ya descubiertas por Torres y las tomó para la corona británica, con el ligero matiz de que desapareció una “i” en el nombre: Australia.
La verdad es que esto me lleva a pensar: ¿cuantos secretos de estados están ahí esperando a ser descubiertos? Algún día los sabremos… o no.
En cualquier caso, la expedición de Torres es una muestra de toda una época: viajes increíbles, en barcos en los que casi no se podía estar y en los que los marineros se pegaban meses estando en remojo. Era una época de intrépidos y de gente que se jugaban la vida (literalmente) para buscarse un futuro. Pero eran gente meticulosa, que lo documentaban todo y que dejaron constancia de su paso. Aunque, en algunas circunstancias, estaba tan remoto lo descubierto, que, simplemente, quedaron en los papeles.